
Desde que Carlos V despachó desde Cádiz a la famosa imagen, ningún pincel profano se ha atrevido a retocarla.
El tiempo, el polvo, el humo del incienso y de los cirios han ennegrecido a la imagen, convirtiéndola en un extraño cristo indio, de aspecto aterrador bajo su corona destellante.
Erguido sobre sus andas de plata, sale esta extraña imagen en procesión en la tarde del lunes de Pascua; flores de nuccho (salvia splendens), altares con banderas, flores y espejos, balcones con tapicerías con franjas de oro, petardos y cohetes, ríos de chicha, repique de campanas, masas de indios descalzos, coloridos y sudorosos, imágenes ricamente aderezadas. Tal es el abigarrado conjunto de esta procesión tremenda, que se desarrolla entre clamores inauditos y lluvias de flores.